lunes, 28 de noviembre de 2011
ANÉCDOTAS DE UN COCINERO SCOUT
LA HISTORIA DEL POLLO SIN CABEZA:
Cuando era niño muchas veces escuche decir sobre mí, en son de broma, a algunos familiares: “a este muchacho lo visto, pero no lo mantengo”. Sería porque tenía una inclinación a comer con un apetito, que en ocasiones era insaciable. Y es gracias a este gran apetito que me vi impulsado a aprender algunas artes básicas de la cocina; de las más simples, como hacer un arroz con huevo o una tortilla.
En el mes de marzo del año 1986 asistí a mi primer campamento en el que estaríamos 100% desconectados de la civilización. El anterior campamento había sido en Huanchaco y por alguna razón nos mandaban a almorzar a nuestra casa y regresábamos a las 4:00 bien comidos y bañados; levando nuestro rancho frío para la noche. El campamento fue en la localidad de Galindo, en un pequeño bosque, y fue organizado por la Tropa del Grupo Scout Trujillo 155. Era un evento a la antigua, en el cual cocinamos en leña y llevamos animales (pollos) vivos; para tener alimento fresco, pues no había como conservar la carne.
El primer día de campamento, en mi patrulla preguntaron ¿Quién sabe cocinar?, y con mucha frescura y seguridad afirmé que yo sabía. Claro que no expliqué que mi conocimiento se limitaba a cocinar un huevo revuelto con arroz o una tortilla. Como consecuencia de mi entusiasmo y en virtud del antiguo dicho “boca manda”, fui nombrado cocinero de la patrulla (función que desempeñe muchas veces en los siguientes años de mi vida scout).
Nos llamaron a la reunión de cocineros, en la que el jefe de Tropa, luego de darnos algunas instrucciones rápidas sobre como encender el fuego para la cocina y sobre cómo preparar el plato del primer día, que era un estofado de pollo; nos entregó los víveres para iniciar nuestra labor. Que gran sorpresa nos llevamos cuando nos dimos cuenta que uno de los ingredientes del estofado se movía, cacareaba y tenía muchas plumas. Mayor sorpresa aún, cuando el Jefe nos indicó que nosotros debíamos matar, pelar, limpiar y cortar dicho pequeño animal para que sea el elemento principal de nuestro estofado.
Todos los cocineros nos quedamos con nuestros pollos, y mirándonos unos a otros. De pronto alguien preguntó: ¿Quién sabe matar y pelar pollos? En mi mente empezaba a recordar todas aquellas veces que acompañaba a mi abuela Marina, cuando sacrificaba todo tipo de animales: pollos, gallinas, pavos, palomas, cuyes, y otros más que forman parte del corral de la casa. Recordaba también como cada animal tenía una forma especial de ser sacrificado, para que participe en nuestro almuerzo o cena familiar. A las palomas las presionaba previamente por debajo de las alas hasta que morían de asfixia, para luego pasarlas por agua caliente y pelarlas. Al pavo le daba licor, y luego lo colgaba de las patas y le cortaba la lengua. Al cuy y al pollo les hacía un pequeño corte en el cuello. Y mientras pensaba en todas esas cosas, de mi garganta debió salir de manera natural un sonido que se escuchó como “yo sé”; por lo que todos me miraron y dijeron, “bien, tú serás el encargado del sacrificio, ¿cómo te ayudamos?”.
Si alguna virtud tengo, debe ser el que nunca me amilano ante este tipo de retos, y sobre todo si de ello depende mi alimentación del día, así es que pusimos manos a la obra. Conseguí un cuchillo y pedí a algunos cocineros que pongan a hervir el agua para pelar al pollo. Cuando uno no tiene mucha destreza y experiencia en el manejo de herramientas, no calcula bien su fuerza y precisión; y eso me paso esa primera vez. Tome al pollo, lo puse de cúbito dorsal, le torcí el cuello para atrás, le pedí a un compañero que lo tome de las patas; tomé el cuchillo y empecé a cortar; pero lo hice con mucha fuerza y el cuchillo paso de un lado a otro separando totalmente la cabeza del ave. En ese momento, el scout que me estaba ayudando, se asustó y soltó al pollo, el cual empezó a moverse y aletear por algunos segundos; lo cual no hubiera causado mucha impresión, sino fuera porque se encontraba “sin cabeza”.
Así surgió la historia del “pollo sin cabeza”; la cual fue levemente modificada por algunos hermanos scouts, que años más tarde contaban que el pollo sin cabeza corrió por todo el campamento asustando a todos los miembros de la Tropa. Fue un momento inolvidable que siempre recordaré. Lo bueno es que en los siguientes pollos, ya con más experiencia (luego del primer caso), el sacrificio fue más sencillo y el corte fue más pequeño, lo suficiente para que el pollo fallezca y cumpla con su función de servir de alimento para nuestros cuerpos hambrientos y cansados por las actividades del campamento.
EL MEJOR CONDIMENTO DEL AGUADITO
En el mes de marzo del año 1987 se realizó un campamento que reunió a patrullas del norte del país en Paredones, un bosque ubicado cerca a la localidad de Chongoyape, en Lambayeque. En este mismo lugar se realizó el primer Jamboree Nacional peruano, en el año 1983. El campamento se denominó III CANOP. (Campamento norperuano de patrullas). A este evento asistimos una patrulla conformada por guías y sub guías del grupo scout Trujillo 130; y dentro de la organización interna de dicha patrulla, me tocó cumplir la noble labor de cocinero.
Paredones es una zona que se caracteriza porque en el verano llueve mucho, y la época en que realizamos el campamento no fue la excepción. La naturaleza hizo sentir su rigor y llovió intensamente durante toda una tarde. Al anochecer, cuando por fin escampó, y luego de haber trabajado arduamente haciendo zanjas para drenar el agua y salvar a nuestra carpa de la lluvia, nos cambiamos y pusimos ropa seca y tendimos toda nuestra ropa mojada en tendederos acondicionados en una zona cercana a la carpa, sobre la zona que estaba nuestra cocina.
Empezamos a preparar los alimentos. El menú de la noche era aguadito, y teníamos que esforzarnos mucho ya que toda actividad del campamento era con puntaje y estábamos en continua competencia para ganar el campamento. Puse a hervir el agua y el pollo, piqué la zanahoria, la papa. Saqué la alverja de sus vainas, limpié, escogí y lavé el arroz. Puse todos los ingredientes en la olla, condimenté y dejé hirviendo la olla para que se cocine adecuadamente. De rato en rato me acercaba a la olla, la destapaba y observaba el avance del cocimiento. En una de estas veces, sin darme cuenta, con mi cabeza tope una media que estaba colgada en un tendedero sobre la cocina y la media fue a caer directamente dentro de la olla. De inmediato la saqué y la colgué en otro lugar. Era una media que había sido usada durante todo el día por alguno de los patrulleros, pero que había sido lavada y colgada.
No le conté nada a los integrantes de mi patrulla. Seguí cocinando terminé, serví e aguadito y todos lo comieron con mucho gusto y hasta repitieron. Lo más resaltante ganamos en cocina en el campamento, pues a los jefes que probaban los alimentos preparados consideraron que era el aguadito con mejor aspecto y sabor del campamento. Ya tarde, luego de comer y de recibir la noticia de los jefes; antes de ir a dormir le conté a mis compañeros de patrulla el anécdota, y no pudimos para de reír por mucho tiempo.
Años más tarde, en las reuniones anuales de ex scouts, siempre se recuerda la historia del aguadito de media, pero con algunas pequeñas variaciones . Cuentan que la media era mía, que estaba muy sucia, de tierra y barro, que cayó a la olla, hirvió por media hora y que cuando la saqué ya estaba blanquita y limpia. Cuentan también que el aguadito tenía un sabroso sabor a alverjas, y posiblemente de allí salió la famosa frase que siempre repite mi hermano scout y compadre Carlos, quien estuvo presente en esa noche de campamento: “Juancho patas de alverja”.
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